MITO DE EUROPA Y JÚPITER
La casa del toro
Agenor, el padre de Europa, era un hombre práctico. De pequeño le dijeron que descendía de la ternera Io y que sus padres habían sido la ninfa Libia y el dios Neptuno. Sin embargo, estos antecedentes divinos no impidieron que, puesto que su hermano gemelo había ocupado el trono, se marchara de su tierra con el fin de establecer su propia corte en Fenicia. Sospechando un futuro lleno de imprevistos, educó a sus hijos de un modo riguroso. A su hija Europa no la dejaba salir del palacio sin vigilancia. Era demasiado bella.
En una mañana brillante Europa fue a pasear con sus amigas a la playa. En el camino encontraron un toro de inusual blancura. Las amigas de Europa se detuvieron precavidas, pero no Europa que, ante la mansedumbre del animal, se fue acercando despacio. La joven se fijó en que los cuernos semejaban a la Luna en cuarto creciente.
Las amigas de Europa corrieron a comunicárselo a su padre. El rey Agenor reunió a sus tres hijos varones. Les ordenó que emprendieran su búsqueda advirtiéndoles que si no la encontraban, no volvieran. Los tres hermanos no regresaron jamás, pero acabaron fundando cada uno un reino. Uno de ellos se llamaba Cadmo y acabó transformado en la constelación de la Serpiente.
Europa y el toro llegaron a la isla de Creta. En su orilla Júpiter recuperó su forma. Se unió a la joven junto a un riachuelo bajo un sauce cuyas hojas se volvieron perennes. Europa tuvo tres hijos del dios y los tres tuvieron también su propio reino. La constelación del Toro recuerda, así pues, además de una de las aventuras amorosas de Júpiter, el principio de la casa real de Creta.
Júpiter, por otra parte, obsequió a Europa con tres regalos mágicos: un autómata de bronce, una lanza, la cual siempre acertaba en el blanco, y un perro llamado Lélaps, el cual siempre alcanzaba su presa y que sería transformado en la constelación del Can Mayor.