LA PEQUEÑA EDAD DE HIELO
Fue un boticario Samuel Heinrich Schwabe quien cambió definitivamente la percepción del Sol. Durante mucho tiempo se observó el Sol concienzudamente para encontrar un nuevo planeta.
El planeta no se encontró, pero las observaciones sirvieron Walter Maunder para descubrir algo que nadie sospechaba: un enfriamiento del Sol había provocado una «Pequeña Edad de hielo» que había influido decisivamente en la Historia.
LA CONSTANTE INCONSTANTE
No hace mucho tiempo se decía que el Sol era una estrella estable y que la influencia del Sol en el clima de la Tierra no era decisiva porque el calor que llegaba del Sol se movía en unos márgenes muy estrechos (la constante solar).
Pero buceando en el pasado se ha demostrado que esto no es así. Se ha comprobado que durante largos periodos de tiempo no hubo ninguna de las habituales manchas solares y que en esos periodos de tiempo la temperatura en la Tierra descendió de forma notable.
Es algo que ya no ofrece ninguna duda: el clima de la Tierra está sujeto de un modo determinante a una serie de cambios, en parte impredecibles, que se producen en el Sol.
A la superficie del Sol se la conoce como fotosfera (esfera de luz). La fotosfera tiene un aspecto granuloso porque a ella sube la energía por un proceso parecido a las burbujas del agua hirviendo en una olla a presión.
Mientras que en el núcleo se superan los 15 millones de grados, la fotosfera está a 5.500º. Las manchas aparecen cuando un fuerte campo magnético tapona la subida de energía y se crea una zona más fría, de unos 5000º grados, y, por tanto, más oscura.
LAS MANCHAS SOLARES
Las manchas solares comienzan como un pequeño poro de uno 300 km. Algunas desaparecen en menos de una hora. Otras duran varios meses y crecen de tal manera que en ellas cabría varías veces la Tierra.
Las manchas más grandes suelen ir acompañadas de otras más pequeñas dibujando en conjunto algunas formas características de entre las cuales la más singular es la de herradura. Al observar las manchas se aprecia que se van moviendo siguiendo una línea.
De hecho, la observación de las manchas sirvió para descubrir que el Sol rota y que, como todos los cuerpos gaseosos, lo hace a diferentes velocidades dependiendo de la latitud.
Efectivamente, cerca de los polos el Sol va más lento y tarda 31 días en girar; en cambio, en el ecuador se mueve más rápidamente y tarda 27 días en dar una vuelta completa.
Al poco de aparecer las manchas, surgen las fáculas que, al contrario que las manchas, son zonas que brillan más que la fotosfera. Las manchas solares se ven a simple vista como pequeños puntos en la superficie del Sol; en cambio, para observar las fáculas, es preciso utilizar telescopios.
Ni que decir tiene que si se mira al Sol directamente se corre el riesgo de dañar seriamente los ojos, y que para hacer observaciones del Sol, tanto a simple vista como con telescopio, no valen útiles caseros como los cristales ahumados, sino que se debe recurrir a una serie de filtros específicos.
EL HALLAZGO DEL BOTICARIO SCHWABE
Fue por accidente que se descubrió que las manchas solares aparecen y desaparecen siguiendo un ciclo que dura en torno a once años. El ciclo se inicia con unas pocas manchas solares; a continuación y a lo largo de seis años las manchas aumentan; después, durante los otros cinco o seis años salen cada vez menos manchas hasta que vuelve a comenzar el ciclo.
Quién se dio cuenta de un modo inopinado que existía este ciclo de actividad solar fue un astrónomo aficionado. El alemán Samuel Heinrich Schwabe, boticario de profesión, quería ser el primero en divisar un nuevo planeta.
Estaba poseído por la fiebre que habían desatado a principios del siglo XIX algunos matemáticos y astrónomos al afirmar categóricamente que, dadas las irregularidades que se apreciaban en la órbita de Mercurio, tenía que haber otro planeta muy cerca del Sol.
Este hipotético planeta debía de estar abrasado por su proximidad al Sol, por lo que fue bautizado con el nombre de Vulcano (el dios de los volcanes que forjaba las armas de los demás dioses en su ardiente fragua).
Schwabe no fue el primero en fijarse en las manchas solares, aunque nadie lo había hecho antes de forma sistemática. Por ejemplo, los astrólogos chinos 800 años antes de Cristo, habían dejado constancia de ellas, pero sólo se ocupaban de observarlas cuando los emperadores les encargaban algún pronóstico.
Schwabe durante años y años observó el Sol esperando que el nuevo planeta lo cruzase por alguna parte. Para no confundirse, fue anotando metódicamente las manchas solares. Schwabe no halló el planeta Vulcano porque, como definitivamente demostró Einstein en 1915, no existía.
EL CICLO DE LAS MANCHAS SOLARES
No obstante, Schwabe en 1843 había reunido suficientes datos como para afirmar que las manchas solares seguían un ciclo regular que se repetía cada once años.
El hallazgo del boticario Schwabe fue aceptado favorablemente por la comunidad científica. La sorpresa llegó cuando Edward Walter Maunder se puso a investigar el ciclo de once años en el pasado y tropezó con extraños testimonios que ponían en cuestión su regularidad.
Uno de esos testimonios procedía de un astrónomo fuera de toda duda, Giovanni Domenico Cassini (1625-1712). Cassini dejó escrito que no había visto ni siquiera una mancha solar en veinte años. Walter Maunder con este y otros datos acotó un periodo de unos setenta años, concretamente de 1645 a 1717, en el que apenas se habían manifestado manchas solares.
Es más, también afirmó que dentro de ese periodo había habido etapas en los que seguramente no se había producido ninguna mancha en absoluto.
Maunder recogió estos datos y los publicó en un artículo en 1894. El artículo fue tomado con escepticismo por la comunidad científica. Hubo que esperar a bien entrado el siglo XX para que otros científicos como John A. Eddy corroboraran las afirmaciones de Walter Maunder.
Más aún, en los últimos años se han aportado nuevos datos, algunos de ellos bastante asombrosos, que demuestran que el Sol es inestable.
CONSECUENCIAS DE LA PEQUEÑA EDAD DE HIELO
Durante el mínimo de Maunder, nombre que se ha dado en llamar en honor de su descubridor al periodo comprendido entre 1645 y 1717, en el Sol no sólo hubo menos manchas solares, sino que se produjeron otra serie de notables fenómenos que confirman que el Sol entró en una fase de inactividad en la que se volvió más frío.
Uno de estos fenómenos fue que hubo muchas menos auroras boreales. En este tiempo tampoco se pudo ver la corona del Sol, la capa más exterior fácilmente observable en los eclipses. Incluso algunos investigadores sostienen que el Sol giró sobre sí mismo más lentamente de lo habitual.
El mínimo de actividad solar de 1645 y 1717 afectó de forma notable al planeta Tierra. Fue una etapa en que hizo tanto frío, que ha sido llamada la Pequeña Edad de Hielo. Las temperaturas descendieron en toda las estaciones y los inviernos fueron especialmente crudos.
Los canales de Holanda, por ejemplo, se congelaron con gran frecuencia, y el río Támesis se heló de modo que era escenario de los juegos de los londinenses. En las zonas donde siempre había hielo, éste invadió nuevos territorios.
Así los glaciares de los Alpes avanzaron hasta cotas muy bajas y el paso a Groenlandia por mar se heló y quedó impracticable. En España el río Duero se heló varias veces y en Sierra Nevada se activó un glaciar.
OTRAS PEQUEÑAS EDADES DE HIELO
El mínimo de Maunder no ha sido una excepción. A lo largo de la Historia ha habido otras etapas en que la actividad solar ha quedado en suspenso.
A partir de fuentes históricas, del estudio de las capas de hielo y de los anillos de los árboles milenarios (la cantidad de radiación solar queda reflejada en forma de carbono 14 en los anillos de los árboles) se sabe que en los últimos 8.000 años ha habido otros 18 mínimos parecidos al de Maunder.
De acuerdo con estos datos resulta razonable realizar algunas predicciones aproximadas para el futuro. Si se tiene en cuenta que a partir de 1780 los ciclos solares de 11 años volvieron a activarse con cierta regularidad y el planeta Tierra volvió a calentarse, es probable que se dé otro mínimo de actividad solar hacia el año 2.900.
LA HORRIBLE HELADA DE 1709
Por descontado, los efectos del frío en la vida cotidiana de los humanos fueron tremendos. Téngase en cuenta que por aquel entonces varios años de malas cosechas causaban grandes estragos y que en aquel periodo los frutos de la Tierra se congelaban año tras año.
Sin embargo, sería difícil afirmar qué acontecimientos históricos concretos han tenido su causa primera en el frío y más si se considera que la Pequeña Edad de Hielo abarca varios siglos..
El 6 de enero de 1709 la primera oleada de frío azotó a toda Europa sin que ningún país desde Rusia hasta Inglaterra quedara a salvo. Había empezado el invierno más frío que nunca hubiera azotado al continente en 500 años. En Inglaterra se llamó la Gran Helada y en Francia el Gran Invierno.
Durante tres meses William Derham, un clérigo que había medido la velocidad del sonido, registró caídas de temperatura de hasta -15 °C que duraron hasta mediados de marzo. Dejó constancia de que el frío extremo causó que los peces se helaran en los ríos y que los pájaros murieran por millones.
Sin embargo, en la Francia de Luis XIV, el rey Sol, los estragos del frío afectaron directamente a la población. Como cuenta en sus Memorias Saint Simon:
“Todas las mañanas se habla de muertos encontrados en los campos: los lobos atacan a los hombres como le ocurrió al correo de Alençon y a su caballo; todo el mundo tirita en el castillo; el vino se hiela en la jarras; la tinta se congela en la punta de la pluma; el horrible pan de avena llega a la mesa de Madame de Maintenon; el rey, tan amante de la caza, evita salir…”.
LA SOLIDARIDAD DEL REY
Lo cual no significa que el estado francés fuera insensible a las necesidades del pueblo. Las instituciones de la iglesia alertaron de que el frío había hecho que los alimentos básicos se habían dejado de distribuir o bien habían alcanzado unos precios inasequibles para la mayoría.
Los comisarios recorrieron Francia requisando comida y las calles se iluminaron con hogueras para calentar a los más necesitados.
En Versalles el rey mandó fundir su vajilla de plata como símbolo de su implicación personal en socorrer a la población y tuvo la feliz idea de hacer públicos los nombres donantes, lo que llevó a la nobleza y a los potentados a ser más generosos de lo habitual.
Incluso Luis XIV se tomó la libertad de favorecer la piratería, en especial la que atacase a los barcos que transportasen cereales.
A pesar de estas medidas, el balance del Gran Invierno no pudo ser más desastroso, la misma hambre y el debilitamiento corporal subsiguiente favorecieron la aparición de epidemias como la gripe, la disentería, el tifus o el escorbuto.
El frío hizo que la población de Francia disminuyera 810.000 habitantes de una población de 22 millones de franceses.