Himnos homéricos
Homero
Introducción:
Hades ha raptado a Perséfone, hija de Deméter, y se la lleva a los infiernos donde reina.
Deméter se disfraza de anciana y vaga entre los mortales hasta que en Eleusis ordena que se construya un templo en el cual se practicarán los Misterios de Eleusis. Instalada en el templo, Deméter impide que ninguna semilla crezca en toda la tierra. La humanidad puede morir de hambre, así que Zeus pone en marcha a sus mensajeros, Iris y Hermes, y consigue que Hades permita que Perséfone vuelva con su madre. Hades hace que Perséfone, antes de salir de los infiernos, coma un grano de granada. Por comer ese grano Perséfone pasará un tercio del año con Hades y el resto en la superficie con los demás dioses.
Perséfone hija de Deméter, la diosa que hace que la tierra dé sus frutos, estaba cogiendo flores con sus compañeras, cuando, entre las violetas, el azafrán y las fragantes rosas, se destacó un luminoso y fragante narciso. Perséfone, asombrada, tendió su mano para cogerlo.
Hades, su propio tío paterno, con una velocidad de vértigo la hundió con él en un abismo de oscuridad. Perséfone, con la esperanza de ver de nuevo a su madre, fijaba su mirada en el cielo iluminado por los rayos del Sol y continuaba pidiendo ayuda con todas sus fuerzas.
El eco de la voz angustiada de Perséfone se difundió entre los montes hasta que, por fin, llegó a oídos de su venerada madre. Tan honda fue la tristeza que embargó a Deméter, que rasgó con sus manos el velo que le tapaba la cabeza.
Deméter se propuso encontrar a su hija. Cubierta con un manto oscuro, la buscó por la tierra y por el mar, aunque ni los hombres ni los dioses ni las aves mensajeras le decían nada sobre el paradero de Perséfone. Vagó portando una antorcha durante nueve días en los que no tomó ni el néctar ni la ambrosía, las bebidas de los dioses.
Al décimo día salió a su encuentro Hécate:
— Deméter, no sé quién ha raptado a tu hija. Escuché sus gritos, pero desconozco su procedencia. Quizá nos pueda ayudar Helios, el dios que desde lo alto todo lo ve.
Hécate también prendió una antorcha y juntas se encaminaron a dónde se encontraba Helios. Se pararon delante de sus caballos y Deméter le preguntó:
— Helios, tú que con la mirada recorres el mar y la tierra, ayúdame. Han raptado a mi hija aprovechando mi ausencia. Sé que fue a la fuerza porque escuché sus gritos. O nadie sabe nada o nadie quiere decirme quién se la llevó. Helios, soy inmortal como tú; trátame con consideración y cuéntame lo que sabes.
— Siempre te he respetado, divina Deméter, y más ahora que contemplo tu tristeza. He de decirte que el responsable primero de la desaparición de tu hija ha sido Zeus, el que amontona las nubes. Él ha entregado a Perséfone, de finos tobillos, a su hermano Hades para que reine junto a él en el mundo de las sombras. Comprendo tu pena y que estés enfadada por la forma en que se ha concertado el matrimonio. Aun así, recuerda que Hades es el soberano de la tercera parte del universo desde que se lo repartieron entre él, Zeus y Poseidón.
Después de estas palabras, Helios apremió a sus caballos para que prosiguieran su marcha por el cielo.
Deméter se sintió muy dolida. Zeus la había defraudado. Había tenido con él a Perséfone y, ahora, sin consultarla, había dejado que su hija fuera conducida violentamente por Hades al reino de las tinieblas.
Irritada y avergonzada por la traición se alejó del Olimpo y de la compañía de los demás dioses. Se transformó en una anciana y vagó entre los mortales sin dirección hasta que, tras mucho caminar, fue acogida entre la familia del prudente Celeo en Eleusis. Allí Deméter recobró su apariencia y mandó elevar un templo.
Zeus, el dios que amontona las nubes, alarmado, reaccionó ante la gravedad de la situación. Ordenó a Iris que bajara desde el monte Olimpo a hablar con Deméter. La alada Iris, con su velo de múltiples colores, se presentó ante Deméter que vestía una oscura túnica:
— Zeus, el padre de los dioses, te invita a que regreses con los tuyos, los dioses inmortales.
No convenció Iris a Deméter, como tampoco lo hicieron los demás dioses que, uno tras otro, la visitaron en su palacio de Eleusis. Ella siempre repetía:
— No volveré al Olimpo ni nacerán las simientes hasta que no vea a mi hija Perséfone.
Hermes encontró a Hades sentado en su trono junto a su esposa, triste por el recuerdo de su madre. No fue difícil convencer al rey de los muertos. Esbozando una sonrisa que apenas se notó porque sólo enarcó ligeramente una ceja, el rey de los muertos, se dirigió a Perséfone:
— Obedeceré a Zeus porque comprendo que tu corazón está triste por la añoranza de tu madre. Quiero ser un esposo digno y que comprendas que siempre te trataré con el respeto que se merece una reina. Antes de emprender tu regreso, te ruego que tomes, como muestra de mi amor por ti, una humilde semilla de granada.
El mismo señor de los muertos preparó su carro dorado. Nada más subir Perséfone y Hermes, Hades cogió las riendas e hizo restallar el látigo emprendiendo sus inmortales caballos una vertiginosa carrera que les llevó de la oscuridad a la luz. En la superficie Hermes guió a Hades hasta el palacio de Deméter.
Deméter salió contentísima a recibir a su hija. La abrazó, la agasajó y hablaron en confianza largamente. Sin embargo, a Deméter le asaltó una duda e, inquieta, preguntó a su hija:
— Hija, ¿has aceptado algún presente de Hades? ¿Has comido algo en el último momento por insignificante que sea? Si has tomado algún alimento habrás de regresar con él a los Infiernos. En ese caso vivirías allí durante el invierno y cuando la tierra se llene de flores te reunirías conmigo y los demás inmortales.
Perséfone confesó que sí había comido el fruto de una granada. Deméter, no obstante, comprobó que su hija aceptaba con alegría su destino y cumplió su palabra permitiendo que brotasen las simientes y los frutos. En pocos días la tierra se tiñó de alegres colores.
Zeus, el que ve de lejos, envió a Rea, la diosa madre, para que invitara a Deméter y a Perséfone a regresar con los demás dioses. Accedieron y ambas, madre e hija, fueron acogidas con gran alegría en el Olimpo por todos los dioses.